El hombre que llevó ajuicio al Arzobispo

Es tan buen orador como abogado. Rafael López Guarnido (Granada, 1969), es otro de los penalistas que ‘juegan en Primera’ en Granada.

 

Rafael López Guarnido

Foto: Miguel Rodríguez

En su despacho se cocinó la querella contra el arzobispo de Granada, Francisco Javier Martínez, a quien sentó ante el juez que lo condenó por injurias y coacciones, aunque finalmente la Audiencia revocó la condena. López Guarnido es exquisito en el trato, y tan educado como convincente con la toga puesta. Como el resto, estudió Derecho en Granada, simultaneando la carrera con la Diplomatura de Empresariales, pero no llegó a terminarla. Después de acabar Derecho y una vez comenzó el ejercicio de la profesión, realizó los dos años de cursos de Doctorado en el departamento de Derecho Penal de la UGR.

Desde hace once años, su única afición real es su hijo, aunque cuando puede practica deporte (fútbol, tenis, pádel…) lee y pinta. Otro de los procesos en los que destacó fue el seguido contra un forense a quien varias pacientes lo acusaron de abusos sexuales. Representó a una de las víctimas y logró su condena.

Actualmente, es uno de los letrados del caso Malaya. Se declara abogado de vocación, y revela que siempre tuvo como sueño el ejercicio autónomo del Derecho Penal.  “Era una de las metas profesionales en mi vida”, indica.

La profesión de abogado, como las buenas novelas, permite conocer realidades distintas a la propia en un grado muy íntimo…

Rafael disfruta con cada minuto de su trabajo. “La profesión de abogado -dice-, como las buenas novelas, permite conocer realidades distintas a la propia en un grado muy íntimo; historias personales y situaciones que indudablemente enriquecen cualquier experiencia vital. Además, es indescriptible la sensación de satisfacción plena cuando, en ocasiones, y tan sólo en alguna pequeña medida, se obtiene y participa en la consecución de un fin justo, entendiendo por tal algo totalme-te distinto al resultado de la sentencia judicial”.

López confiesa su “absoluta admiración” hacia los penalistas veteranos, como Ceres, Ramírez, Luna, Barcelona o Jorge Aguilera, de los que asegura haber aprendido mucho. Reconoce que en la abogacía “si es difícil hacerse un cierto nombre o sobresalir en algún momento, más aún lo es mantenerse con el paso de los años en la primera fila profesional”. En su opinión, un buen abogado debe tener cuatro virtudes. Las dos primeras son comunes a todas las profesiones: “la honestidad en el trabajo y el sentido común en las decisiones”. Las dos restantes son específicas de la abogacía: “una buena capacidad analítica para comprender el problema y afrontar su solución; y una notable capacidad de exponer el propio criterio o pretensión, de forma elocuente en la exposición oral y con habilidad literaria a la hora de redactar los escritos”. Él las reúne todas.

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